ostumbre decir que la prostitución es el oficio más viejo del viejo. La realidad es que, en una época determinada, era el único oficio del mundo que las mujeres podían ejercer. Según estudios de la investigadora multidisciplinaria Francisca Bella Martín-Cano Abreu, las sociedades o comunidades arcaicas eran matriarcales. La mujer se autosustentaba, la sucesión era matrilineal y el núcleo familiar lo componía la mujer con sus hijos, de los que se hacía cargo en forma unilateral. Con el tiempo, apareció la vinculación mujer-hombre que hasta ese momento no existía. No está muy claro por qué se produjo este cambio cultural en el hombre: quizás fue la necesidad de aumentar el número de descendientes, o porque deseara tener, al igual que la mujer hasta ese momento, dominio sobre los hijos y las posesiones. Joseph Campbell, historiador y filósofo, tiene una teoría: "Sin duda, en las primeras edades de la historia humana el milagro y la fuerza mágica de la mujer fue una maravilla no menor que el universo mismo, y esto dio a la mujer un poder prodigioso, y una de las preocupaciones principales de la parte masculina de la población ha sido destruirlo, controlarlo y emplearlo para sus propios fines."
Con el comienzo de esta nueva relación hombre-mujer se produce una expansión demográfica, y las mujeres comienzan a quedar relegadas al cuidado de los hijos, mientras los hombres son los encargados de conseguir el sustento. Finalmente, todos aquellos oficios y tareas independientes que realizaban las mujeres (alfarera, artesanas, recolectora, porteadora, etc), pasan a ser desarrolladas por los hombres. El hecho de que las esposas fueran consideradas sólo como un medio para tener hijos, hizo que los hombres buscaran compañía fuera de sus casas. Por otra parte las mujeres habían perdido su capacidad de autosustentación. Así que sólo había un oficio al que podían dedicarse, la prostitución.
En la Grecia arcaica (700-500 a.C.) las cosas no eran muy diferentes: “Tenemos a las hetairas para el placer, a las concubinas para que se hagan cargo de nuestras necesidades corporales diarias y a las esposas para que nos traigan hijos legítimos y para que sean fieles guardianes de nuestros hogares”, decía Demóstenes en su discurso Contra Neera.
Los registros indican que fue el legislador Solón (638 – 558 a.C.) quien legalizó los burdeles en Atenas. Los hombres podían utilizar los servicios de hetairai y prostitutas, pero estaba penado por la ley que tuvieran relaciones extra-matrimoniales con mujeres libres, es decir, ciudadanas solteras. Esto no hace más que confirmar la vigencia de los conceptos de Emmett Murphy en “Historia de los Grandes Burdeles del Mundo”: “Que la causa primigenia es la utilización de la mujer como un elemento objetivado al servicio del género masculino y de su esquema patriarcal, resulta bastante evidente, ya que a lo largo de la historia las mujeres han sido y son elementos de uso lucrativo (…)”.
Las expectativas de la sociedad ateniense con respecto a sus mujeres eran diversas. Las mujeres “respetables”, como se las llamaba, eran las esposas de los ciudadanos (no tenían la categoría de ciudadanas ellas mismas), y su rol principal era procrear y cuidar de la casa y los hijos. Permanecían apartadas de las actividades sociales y toda su vida transcurría en el oikos, en el interior de su casa, en compañía de otras mujeres. No tenían bienes propios ni podían disponer de los de la familia. . Aunque sí estaba permitido que asistieran a las fiestas religiosas, como la de Eleusis y el carnaval de Dionisos, a pesar de ser celebraciones que incluían rituales relacionados con el sexo. La mujer de la polis era un ser inferior, un ser marginal al que no se le reconocían derechos ni dignidad propia:
“La esposa no debe tener sentimientos propios, sino que debe acompañar al marido en los estados de ánimo de éste, ya sean serios ya alegres, pensativos o bromistas”. (Plutarco, “Moralia”)
“Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece”. (Aristóteles, “Política”)
Otro papel reservado a las mujeres era el de concubinas (pallaké), que vivían en el hogar conyugal, situación que debía ser aceptada por las esposas. Las concubinas no corrían mejor suerte que las esposas legítimas, excepto que éstas últimas tenían derechos que las concubinas no. Las diferenciaba del resto de las esclavas de la casa el hecho de que estaban exclusivamente dedicadas a su amo, pero si llegaban a tener hijos, éstos no tenían derechos sucesorios, ya que eran considerados bastardos.
Curiosamente, la excepción a esta situación de “inferiorización” con respecto a las mujeres fueron las prostitutas. Tenían una vida social activa, no se esperaba de ellas que procrearan, y podían disponer de su dinero y sus bienes, si llegaban a adquirirlos, con absoluta independencia.
En Atenas había, como dijimos, varias categorías de prostitutas. La más baja era la de las pornai (πόρνα), que eran esclavas de un ciudadano o un meteco (extranjero con residencia), para quien la explotación de estas mujeres era un negocio perfectamente legal por el cual pagaba impuestos regulados. La esclavitud de estas jóvenes podía ser por nacimiento, o por ser botín de guerra. Los burdeles de baja categoría estaban en barrios como el Pireo o el Cerámico, y eran frecuentados, obviamente, por los ciudadanos más pobres.
La siguiente categoría era la de las prostitutas independientes. Este grupo estaba formado por mujeres que habían llegado a la prostitución por diferentes motivos: extranjeras que no conseguían otro trabajo, mujeres que no tenían familia y no podían mantenerse, o pornai que habían comprado su libertad. En este caso, las que pagaban impuestos por la actividad eran ellas mismas, y debían estar registradas para poder trabajar. Eran fácilmente reconocibles por su maquillaje y su calzado (usaban unas suelas especiales que dejaban marcas distinguibles en el piso)
Finalmente estaba la categoría más alta, las hetairai. Estas mujeres no sólo eran bellas, sino que además tenían una formación cultural y artística como ninguna otra mujer en Grecia. Sus vestidos eran de telas finas y delicadas, y usaban muchas joyas. No sólo porque podían comprarlas, sino porque eran importantes para su apariencia. No era extraño que muchos atenienses prefirieran su compañía a la de sus propias esposas.
Las hetairas de la época clásica lograron tal prestigio y aceptación social, que muchas de ellas fueron las compañeras de políticos, militares y filósofos. Cabe aclarar que estas mujeres fueron la excepción, y que la mayoría de las prostitutas griegas vivían del mismo modo que en el resto del mundo. Sin embargo, en cualquiera de las categorías, recordemos que gozaban de una independencia y autosuficiencia que no tenían las “respetables” damas atenienses
Algunas de ellas pasaron a la historia junto a los hombres que acompañaron:
En casa de Aspasia de Mileto se reunían los filósofos griegos. El propio Pericles se enamoró de ella, y repudió a su esposa para poder vivir con esta mujer, con la que nunca pudo casarse, por una ley impuesta por él mismo años antes, que prohibía los matrimonios con extranjeros. Tenía tal elocuencia y sabiduría que hasta Sócrates llevaba gente a sus reuniones para que la escucharan.
Friné, otra hetaira famosa, fue modelo de Praxíteles para la estatua de la Afrodita Cnidea. También fue su compañera. Friné posó para muchos escultores de la época y por su belleza era frecuentemente comparada con Afrodita. Esto le valió una acusación por impiedad, que tuvo como corolario un famoso episodio conocido como “El juicio de Friné”. Como Friné debía comparecer ante los jueces, Praxíteles le pidió al orador Hipérides, discípulo de Platón, que la defendiera. Al resultar vano su discurso, Hipérides utilizó un último recurso. Arrancó la túnica que cubría a Friné y la exhibió desnuda, invocando los derechos de la belleza, tan cara a los atenienses, que estimaban “como justa y bella a toda acción que haga nacer o conserve en él ese orden bello” (Platón, República). Y los jueces la absolvieron.
Lais era una huérfana de Corinto. Trabajaba de pequeña vendiendo ramos de flores en la puerta del templo de Hera. Cuando tenía 10 años la vio el escultor Apeles, quien la tomó de modelo para una estatua de Afrodita y la llevó a Atenas. A los dieiciseís años ya era una cortesana famosa. Se dice que fue amante de Demóstenes, Alcibíades y Aristipo. Finalmente se casó con un hombre viejo y rico, que murió pronto. Lais volvió a Corinto y creó el “Jardín de Elocuencia y Arte de Amor”, donde se celebraban fiestas y reuniones de filósofos, mientras Lais instruía a sus discípulas.
Thais fue otra célebre cortesana, que supo ser amante de Alejandro Magno y lo acompañó en sus campañas. A la muerte de Alejandro, fue amante de Tolomeo, y estaba entre sus favoritas cuando éste llegó al trono de Egipto.
Existía una práctica llamada “prostitución sagrada”. Era ésta una tradición que provenía de Oriente, y no estaba generalizada en Grecia. Se trataba de jóvenes consagradas a un templo, por cuyos servicios no cobraban ellas directamente, sino que todo lo obtenido iba al mantenimiento del culto. Se sabe que esto ocurría en el templo de Afrodita en Corinto, por ejemplo. Estas jóvenes por lo general eran esclavas, ofrecidas por sus dueños como tributo a los dioses.
La prostitución masculina también existía, aunque no hay tanta información. Los pornoi eran siempre jóvenes, a diferencia de las prostitutas mujeres, que las había de todas las edades. Los servicios de estos jóvenes estaban dirigidos a mujeres y hombres, pero la mayoría de los clientes eran hombres. Recordemos que las prácticas sexuales entre hombres eran comunes en la Antigua Grecia, pero sólo si el pornoi o amante era joven. Y dentro de éstas prácticas, algunas sólo se reservaban para la relación con los pornoi, ya que se consideraban “indignas” de un ciudadano.
El más famoso de todos los pornoi fue Fedón de Elis, que era esclavo hasta que fue rescatado por Sócrates, quién lo convirtió en su discípulo. Este joven es el que dará luego el nombre al célebre Fedón de Platón.
Adentrarnos en este tema nos muestra una contradicción básica de la sociedad griega, en la que las mujeres consideradas “respetables” no eran en realidad respetadas:
“Porque éste (la mujer) es el mayor mal que Zeus creó, / y nos lo echó en torno como una argolla irrompible, / desde la época aquella en que Hades acogiera / a los que por causa de una mujer se hicieron guerra.” (“Catálogo de las mujeres”, Semónides de Amorgos, siglos VII-VI a.C.),
y aquellas consideradas indignas de recibir respeto fueron las que trascendieron a través del tiempo como compañeras de los grandes hombres.
En la Antigua Grecia las prostitutas tenían entera libertad para el ejercicio de su profesión.
Estaban catalogadas en tres clases:
-Las Dicteriades:
Se dedicaban a las clases más bajas. En un principio estuvieron controladas por el gobierno municipal pero con el tiempo se constituyeron en “empresas privadas” con pago de impuestos incluidos. Sus precios eran muy bajos, pero al ser inmensamente populares sus ingresos eran cuantiosos. Tanto, que incluso de sus impuesto se llegó a financiar la construcción de un templo dedicado al culto de Afrodita. Las dicteriades sobresalían por no tener estudios ni formación educacional alguna, a excepción de la técnica sexual. Para salir a la calle se les exigía que llevarán una peluca amarilla para distinguirlas de las doncellas y madres de familia noble que tenían el pelo negro.
-Las auletrides:
Éstas se dedicaban a ofrecer sus servicios a las clases medias. Se especializaron en las artes de la música, el striptease y la danza. Estas aptitudes hacían que tuvieran buenos ingresos y que fuesen comúnmente contratadas para fiestas privadas y orgías. Normalmente las auletrides provenían de familias muy pobres y eran vendidas siendo niñas a proxenetas o madamas que las instruían en el arte amatorio durante años.
-Las Hetairae
Eran las verdaderas divas. Prostitutas de lujo y refinadas. Sus clientes eran nobles, terratenientes, senadores y el clero superior. Resaltaba su extraordinaria belleza, su inteligencia y su exquisita educación. Se diferenciaban de las auletrides, entre otras cosas, porque podían acudir a eventos públicos como representaciones, banquetes o debates de filosofía y política, acompañando a sus clientes
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