Entre
los más grandes falsificadores de la historia es fácil encontrar a
grandes artistas, geniales artesanos, mafiosos de la peor calaña o,
incluso, personajes importantes con acceso a las más altas cotas de
poder. Pero lo que es difícil imaginarse es que entre todos estos
grandes delincuentes se colara un
pobre ama de casa, de apenas 34 años y con siete hijos, que se hizo
multimillonaria con un ingenioso método para falsificar billetes
sin salir, a lo largo de toda su vida, de una pequeña villa de
Massachusetts, donde se había convertido en una activa feligresa de la
parroquia local. Su nombre: Mary Peck Butterworth.
Se sorprendió al ver que el texto del periódico quedó impreso en una de las camisas
Nació en 1686 en Rehoboth, y a los 24 años se casó con John Butterworth, un modesto granjero con el que subsistía trabajando en una pequeña granja heredada. Una década después, sin embargo, ya habían tenido siete hijos, les habían embargado la propiedad y se encontraban al borde de la miseria a
la espera de un milagro con el que poder alimentar a sus pequeños. Y el
«milagro» llegó… en forma de picaresca y delito, claro está.
Se
encontraba un día la señora Butterworth almidonando la ropa de sus
hijos y dejó la plancha, sin darse cuenta, sobre una hoja de periódico.
Al percatarse, se sorprendió al ver que parte del texto del periódico había quedado impresa en una de las pequeñas camisas
que estaba planchando. Rápido se le encendió una luz, y se preguntó qué
ocurriría si apoyaba la plancha caliente sobre uno de los nuevos
billetes que se habían emitido en la colonia británica, y después sobre
un papel en blanco.
Primeros ensayos
En las primeras pruebas, la impresión aparecía débil y arrugada, cuando no se quemaba el papel por el exceso de calor en la plancha. Pero no se detuvo en su empeño hasta dar con el sistema adecuado, el puente para una vida mejor, lejos de las miserias. Y dio finalmente con él: estampar el molde del billete sobre la muselina rígida de unas de sus enaguas usadas, perfectamente almidonada, y luego lo pasar la plancha no muy caliente sobre el papel y, al final del trabajito, subrayar los detalles con una pluma de ganso.Viendo el éxito, puso a toda la familia a producir billetes falsos
Era tan perfecta su obra, tan primitivos los billetes y tan raro que alguien se le ocurriera falsificarlos, que le fue muy fácil colocarlos en el vecindario.
Viendo la poca sospecha que levantaba, no tuvo reparos en comenzar a
comprar ropas caras y objetos de lujo, así como a poner a toda la
familia a producir billetes y ponerse en contacto con revendedores, a los que les vendía su «dinero» a la mitad de su valor nominal.
Fue tal el éxito de la falsificación de Mary Peck Butterworth y tan grande la cantidad de billetes que llegó a producir, que en poco tiempo afectó a la economía de Nueva Inglaterra y al control de las finanzas coloniales. De hecho, la «hazaña» de esta ama de casa aparece a menudo entre las grandes falsificaciones de la historia.
Su error, comprar una mansión
En todo este despilfarro, la familia Butterworth cometió el error de adquirir una de las mansiones más lujosas de Rehoboth, que pusieron a nombre de su hijo para despistar a las autoridades. En una inspección rutinaria de hacienda, uno de los hermanos de John Butterworth fue interrogado sobre el origen del dinero
con el que la familia había comprado la mansión. Luego preguntaron a
Mary Peck. Ambos, con un ataque de nervios, terminaron confesando su
delito, a los que siguieron el hijo, una nuera y uno de los revendedores
de los billetes.
Sin embargo, en el juicio, celebrado en 1723, el fiscal no pudo encontrar pruebas que contra Butterworth,
ya que la astuta ama de casa había arrojado al fuego las piezas que le
servían de molde. Fue declarada inocente. ¿Qué hizo después? Según
cuentan, continuar falsificando billetes, esta vez con la ayuda de toda
la parroquia, hasta que se retiro poco antes de morir, a los 88 años…
muy muy muy rica.
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