Vivimos en una sociedad en la que en general, se puede ser activista de casi todo. Hay infinitas posibilidades de serlo. Algunas muy eficaces y con gran poder de cambiar las cosas, otras no tanto.
En lo que atañe a este artículo, nos referimos al activismo solidario. Poco a poco nos encontramos con más gente que se considera dentro de este perfil, y al menos desde mi punto de vista, éste es un hecho enormemente positivo. Sin embargo, este mismo punto de vista no deja de tener varios matices. A continuación me voy a tomar la libertad y atrevimiento, siempre desde mi opinión personal, para mostrar varias puntualizaciones sobre activismo y coherencia.
Está bien considerarse defensor o defensora del medioambiente, y ser consciente de la importancia que tiene preservarlo. Gran gesto el de apagar las luces en “La hora del planeta”, y respetable el criticar a quien usa transporte privado más de lo necesario. Quizá ya no está tan bien, si a la vez que hacemos activismo medioambiental bebemos agua embotellada, consumimos carne de vaca, compramos productos de origen lejano en vez de productos locales, usamos a diario detergentes o champú sin ningún tipo de restricción, y sobre todo, no somos nunca parte activa de ninguna iniciativa seria, cuya finalidad sea proteger el medioambiente.
Aplaudo a quien critica la violación sistemática de los Derechos Humanos que se realiza en alguna región del planeta. Quizá ya no está tan bien si a la vez que defendemos los Derechos Humanos vestimos de arriba a abajo con ropa proveniente del país que menos respeta los Derechos Humanos, nunca consumimos productos de Comercio Justo, nunca firmamos peticiones que hagan presión a las multinacionales o a la Comunidad Internacional, y sobre todo, nunca somos parte activa de ninguna iniciativa seria, cuya finalidad sea proteger los Derechos Humanos.
Por suerte cada vez hay más gente que defiende los derechos de los animales. Es respetable quien critica las corridas de toros, o las pruebas de laboratorio con animales. Quizá ya no está tan bien si a la vez que hacemos este tipo de activismo comemos hamburguesa en restaurantes de comida rápida, usamos habitualmente cualquier tipo de producto cosmético, compramos (y no adoptamos) una mascota a la que sólo hacemos caso cuando nos sobra tiempo, y sobre todo, no somos nunca parte activa de ninguna iniciativa seria, cuya finalidad sea proteger los derechos de los animales.
Es admirable la labor de quien trabaja en una ONG, pasando a ser en la mayoría de los casos, activista profesional. Quizá ya no está tan bien si a la vez que hacemos nuestro trabajo no mostramos ningún interés por cualquier otro ámbito de la solidaridad que no sea aquel en el que trabajamos, menospreciamos la opinión o ideas solidarias de aquellas personas que no forman parte del Tercer Sector, no facilitamos el que otras personas se acerquen a la solidaridad o al entorno de las ONG, y sobre todo, no dedicamos ni un minuto de nuestro tiempo fuera del horario laboral a participar en ninguna causa solidaria.
Está más que bien ser activista de la tolerancia, y respetar a las personas de raza negra, a las mujeres, a personas que viven en barrios marginales, a personas que se salen de lo común o tradicional, o cualquier grupo de población minoritario o que sufre algún tipo de discriminación. Sería en cambio bastante reprobable si a la vez que hacemos lo anterior no respetamos a las personas de raza blanca, a los hombres, a personas que viven en barrios adinerados, a personas que llevan una vida común o tradicional, o cualquier grupo de población mayoritario o con poder. La verdadera tolerancia es para que la practiquemos hacia todas las personas, y engloba a todos los sectores de la población. Y va más allá. Con el tiempo debe convertirse en integración, y no limitarse sólo a “tolerancia”.
Considero muy bueno ser una persona religiosa, teniendo en cuenta que la mayoría de religiones tienen como una de sus mayores prioridades, la solidaridad. Es respetable quien participa incondicionalmente en los diferentes ritos o sacramentos que corresponden a cada etapa de la vida religiosa. Quizá ya no lo es tanto si a la vez que nos consideramos personas religiosas, no tenemos ningún tipo de consideración por nuestros semejantes que más nos necesiten, llevamos a cabo una vida individualista frente al concepto de comunidad fraternal que promueven la mayoría de religiones, y sobre todo, no somos nunca parte activa de ninguna iniciativa seria, cuya finalidad sea hacer precisamente aquello que nos exige la religión que practicamos.
Y por último, está bien criticar la incoherencia de los demás, tal y como estoy haciendo ahora mismo. Es respetable quien muestra la falta de coherencia de personajes conocidos o iconos de determinadas causas solidarias. Quizá ya no está tan bien si usamos la incoherencia ajena como excusa para no practicar la propia, o en general para no hacer nada por un mundo mejor. El activismo solidario es algo que va en cada persona, y la solidaridad es aquello en lo que todos los sectores de la sociedad pueden y deben participar.
Pocas personas conozco que no crean que el mundo debería ser más justo. Sin embargo, pocas personas conozco que realmente hagan algo para que esa situación cambie. ¿Será que nuestra sociedad es incoherente y poco activista? Es posible. Yo mientras tanto prefiero revisar mi propio comportamiento, ser activista de todo aquello en lo que creo, y tratar de hacerlo de la manera más coherente posible.
Alfonso BascoAdministrador de www.escueladelmundoalderecho.com.
Coordinador de Finanzas Solidarias de la ONGD Fondo Verde.
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